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17. De rebelde a libre: Marym

17. De rebelde a libre: Marym


Hace unos días tuve una conversación con una buena amiga, una conversación en la que me contó su historia. Su nombre es Marym y viene de Arabia Saudita. Nos conocimos en la universidad, ella era una estudiante que trabajaba conmigo. Ahora esa relación académica ya no existe, pero seguimos aprendiendo la una de la otra, incluso más que antes. Desde que decidí hacer el blog, se lo conté, y se entusiasmó. Ella también ha leído alguno de los libros de los que hablo en este espacio, y cuando comentamos el contenido nos sorprendemos de que, aún habiendo las dos trabajado en ciencia tantos años, hayamos estado tanto tiempo alejadas de nuestra propia biología.

En su historia veo a alguien que ha pasado de ser una joven rebelde a ser una mujer libre. Que a través de su rebeldía se ha hecho libre a sí misma, se ha empoderado. En algunas de las cosas que me cuenta me veo de alguna manera reflejada y a ella le pasa lo mismo conmigo. Cuando tengo grandes sueños, sueño que todo esto me va a llevar algún día a ayudar a otras personas a encontrar su camino de autoconocimiento, a reconectar con sus cuerpos de mujer. Cuando se lo cuento a Marym, ella también quiere hacer lo mismo.

Marym empieza haciendo una reflexión sobre sí misma en el tiempo: “Cuando era pequeña, fui muy difícil. Ahora me he vuelto flexible, pero antes no lo era para nada. En serio, ¡no lo era para nada cuando era adolescente!” Le pregunto qué es lo que hizo que se volviera flexible y me contesta sin pensárselo dos veces y con rotundidad “la experiencia”, como si fuera algo sobre lo que ha reflexionado mucho y está muy claro en su mente. “Cuando pasé a otra cosa, cuando decidí empezar mi propia vida. Una vida a parte”, me dice a continuación, como si pudiera adivinar que mi mente se pregunta a qué experiencia se refiere.

Me habla de su padre, que para ella era “un muy buen ejemplo, era tan independiente…”, y que murió cuando Marym era adolescente, de un devastador cáncer linfático que se lo llevó en tan solo seis meses. “Estaba muy conmocionada, y fue todo tan rápido para mí que fue el primer shock de mi vida. Estaba tan apegada a él…”. Al morir su padre, su madre se quedó al cargo de todo, y con el temor de ser juzgada por la sociedad si algo salía mal. Cuando Marym lo describe, habla en términos de normas de hombres y normas de mujeres “No se pueden seguir las normas de hombres y de mujeres al mismo tiempo” como si esas normas representan la manera de hacer las cosas. Ella habla de una sociedad regida por las normas de los hombres y dónde las normas de las mujeres no cuentan. Así que su madre también se volvió muy estricta. Y en aquel momento, Marym ya no solo se peleaba con sus hermanos, sino que también lo hacía con su madre. Con rebeldía, con rabia, y con el corazón roto y osado. “Crecí rodeada por mis hermanos y nos peleábamos, literalmente, por todo. Era como vivir en un bosque. Por ejemplo, si me decían que no podía salir fuera a la calle porque los hombres me iban a mirar y lo que fuera, yo lo hacía. Yo salía y me peleaba con ellos … Mi madre, por ejemplo, me pidió: no puedes ir a este sitio con tu amiga, no pueden ir solas, y yo iba. Y ahora cuando me acuerdo, ella tenía razón porque me puse en riesgo, y en aquel momento ella era [solo] una mujer y la sociedad no le daba [ningún] poder. Así que, si algo me pasaba, la sociedad iba a culparla”.

“La sociedad no cree en las normas de mujeres … [mi madre] estaba luchando demasiado contra la sociedad … y ahora entiendo porque hizo eso con nosotros. Pero [en aquel entonces] eso me hizo estar más enfadada y ser más agresiva con ella. [Es] como que, si ella decidía, yo no lo hacía, incluso si era lo correcto, yo no lo hacía. Estaba tan enfadada…, y peleando con mi madre todo el tiempo. Fue horrible, no me gusta. ¡Pero ahora somos las mejores amigas, al fin!”. Una gran risa sale de Marym en ese momento, como quien siente el alivio de algo que podía haber salido muy mal y salió muy bien, pero por los pelos, y se siente agradecida. Pienso en las mujeres como la madre de Marym, quizá viudas, quizá separadas, quizá madres solteras, que se enfrentan a la sociedad, en oriente y occidente, para salir adelante con temor a ser juzgadas. Conozco a esas mujeres. Mujeres que batallan contra las etiquetas y contra la culpa, que tienen miedo. Pienso en nuestras sociedades, que empujan a esas mujeres a hacerse daño y a hacer daño a las mujeres que más quieren.

“Siempre he tenido ese odio contra la sociedad, como si siempre nos tuvieran que poner en un marco específico y tuviéramos que hacer lo que ellos quieren. Que, si a una edad tienes que estar casada, tienes que tener hijos, es más bien un mundo de hombres, y ellos no creen en tus normas para esta vida. Y es tan extraño, pero cuando veo la situación y lo hablo con otras mujeres, ellas saben que no está bien, pero nadie hace nada. Es muy negativo. Nadie intenta cambiar la situación … Sienten que las maneras de la sociedad son más fuertes que ellas, que tienen que seguirlas … Quiero explicarlo, pero hay demasiados detalles en esa vida. [Es] tan difícil … Pero puedo ver que las nuevas generaciones empiezan a cambiarlo todo. Ellas no siguen las mismas reglas. Así que, gracias a Dios está habiendo un cambio de algún modo”. Mientras me cuenta esto, su voz tiene la rabia de la que habla. También noto tristeza. Y al hablar de las nuevas generaciones su tono cambia de nuevo y coge cierto empuje y esperanza. Si intento imaginarme ese mundo del que habla, creo que, de algún modo, mi mundo fue así, más extremo en épocas pasadas. Que mis abuelas y bisabuelas y tatarabuelas, incluso mi madre, se pudieron haber sentido atrapadas en ese mundo regido por las normas de los hombres y haber sentido que la sociedad era más fuerte que ellas y les presentaba una realidad más extrema de incomprensión y opresión. Y poco a poco, con cada nueva generación, hemos ido dando un paso más hacia el equilibrio, aunque aún no hayamos llegado. Pero cada vez estamos más cerca de ese mundo.

Un mundo puede ser tan grande o tan pequeño como las circunstancias y la mente lo permitan. Y el tamaño no tiene que ver con que ese mundo esté compuesto por una sola persona, o una familia, o un pueblo, o un país. O la Tierra. Algo que tenemos en común Marym y yo es que nos hemos adentrado en mundos desconocidos, viviendo en otros lugares y conociendo a otras personas muy diferentes de cada una. Marym tenía notas muy altas y quiso estudiar medicina, pero para eso tenía que ir a otra ciudad, y su madre no la dejó. “Mi ciudad es muy pequeña … Mi madre estaba muy decepcionada. Me pidió que me presentara a biología porque teníamos [en nuestra ciudad] una facultad de ciencias … Fue una gran gran pelea … No me presenté, quería escapar, no quería ir a la universidad [a estudiar biología]. Entonces lo que mi madre hizo fue coger mis certificados y documentos y los presentó por mí y escogió biología … y así estudié en la universidad… y estuvo bien… pero tienes ese sentimiento de que no hiciste lo que querías [hacer], y ese sentimiento crece en tu interior. Fui a la universidad que no quería [ir], estudié lo que no quería [estudiar], y ese sentimiento sigue creciendo contigo.” Después intentó buscar su propio camino e intentó dar clase en el instituto y en la escuela, pero no funcionó. “No podía lidiar con [los adolescentes] porque yo parecía muy joven. En aquel entonces, estaba tan enfadada, que no podía controlar mi rabia… y [con los estudiantes] tienes que ser muy amable, necesitas entenderles, y yo no podía en ese momento … Algo me estaba diciendo que ese no era mi sitio … como que esta no soy yo. Yo soy activa, y quiero ser tan creativa, haciendo algo diferente cada día o sintiendo la motivación cada día, pero no la tenía”.

Un día leyendo el periódico, Marym encontró un anuncio de unas becas de máster y se presentó secretamente. Podía poner tres destinos. Ella escogió Australia como primera opción, luego Canadá, y luego Malasia. “¿Por qué puse esos [sitios]? Aleatoriamente”, dice riéndose, “intenté encontrar el sitio más lejano, ¿cuál es? Pues Australia”, y sigue riendo. Y así fue como, de repente, la rebeldía le abrió la puerta a la libertad. Le dieron la beca y tuvo una gran pelea con su madre. Su madre no le habló durante una semana, y Marym se encerró en su habitación y dejó de comer. Iba a hacerlo, costase lo que le costase. En un momento dado, cuando pudieron hablar, su madre le dijo: “puede que fracases si te vas allí, tienes un cincuenta por ciento de posibilidades. Pero si fracasas, no vuelvas a mí a contármelo. – Ella no se puede imaginar lo que es ir allí. Las cosas [que sabemos] de los países extranjeros [es] por las noticias. A ella le daba miedo”. Siento tristeza. Como si la culpa de estos enfrentamientos no fuera ni de Marym ni de su madre, ni de ninguna otra mujer que también los tenga. Siento que la culpa viene de nuestras sociedades, cuando faltan los apoyos y nos dejamos llevar por el miedo en vez de por el amor.

Marym me cuenta esta aventura australiana como si fuera lo mejor que ha hecho en su vida. Tenía 26 años y nunca antes había vivido sola. No sabía usar una tarjeta de crédito o un cajero. Nunca salía sola de su casa, así que no sabía cómo pedir las cosas en las tiendas porque siempre las pedían su madre o sus hermanos. Australia fue un gran desafío que la llevó a aprender muchísimo, también a hablar inglés. “Estaba tan contenta, o [quizá] no sea contenta. [Es como que,] aunque estuviera enfrentándome a momentos tan difíciles en Australia, estaba muy contenta de aprender todo aquello nuevo. ¡Siento que lo conseguí! Aunque todo el mundo lo haga [vivir por su cuenta en otro país], pero para mí fue un gran logro. Cada día iba a hacer algo diferente … Pocas cosas, pero ¡guau! … Pasaron muchos momentos tontos, pero estoy muy orgullosa … Lo más más grande de todo fue que me conocí a mí misma. Nunca te conocerás si no te pones en una situación diferente y ves cómo es tu comportamiento o actitud. Te saca la peor parte de ti mismo o la mejor parte”. De esta historia australiana hace ya más de diez años y Marym ha seguido conociendo mundos y conociéndose a sí misma.

Cuando Marym era pequeña, su padre les ponía apodos a ella y sus hermanos. Marym era la doctora. “Él no me llamaba Marym, me llamaba la doctora, ¿dónde está la doctora? Intentó que algo creciera dentro de nosotros, no sé el que”. En el momento de nuestra conversación, Marym acaba de defender su tesis y aunque no sea médico, es doctora. Ahora va a volver a su país para trabajar en la universidad e inspirar y ayudar a otras personas, a otras mujeres. “Ahora es mi turno de hacer algo por mi sociedad. Y cuando me contaste tu historia y que volvías (El otro viaje), sentí que sí, esto [también] soy yo. Esto es lo que quiero. Tengo tanta suerte de enseñar a estudiantes, así que quizá, de alguna manera, voy a influenciarles … Tengo el deseo de enseñarles la manera de hacer lo que quieren, es como si no es tan difícil hacerlo como decidir hacerlo, como que ese es el primer paso. Si quieres hacer algo, puedes hacerlo, sea lo que sea que te digan [la sociedad], que no puedes hacerlo o [que en la sociedad] te pongan barreras. Pero si decides hacerlo, puedes hacerlo. A veces las personas, quizá en particular las mujeres, quieren algo, pero creen que no son capaces de hacerlo, porque nunca se han enfrentado a tal situación. Así que, solo necesitan tomar ese primer paso. No se lo pueden creer. Solo necesitan alguien que les diga: eres capaz de hacerlo. Sin duda. Así que creo que esta es una de las cosas que espero hacer con mis estudiantes si regreso. Esta es una de las cosas que tú me has inspirado a hacer. Es realmente importante, y creo que forma parte de ser un ser humano”.

Después de contarme su historia, le pregunto cuál es su parte del cuerpo favorita. Me dice que sus pies, porque le gusta mucho ir descalza, porque ir descalza le hace sentir libre.

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