Sanando
15. Lo que comemos

15. Lo que comemos


Mi relación con la alimentación ha cambiado mucho a lo largo del tiempo y cada vez trato de ser más consciente de lo que como y del por qué. La operación y la comprensión de las hormonas han traído una nueva dimensión a esta relación. Me encanta cocinar. Todo. Cualquier cosa. Disfruto de todo el proceso, desde que me imagino lo que quiero preparar hasta que me lo pongo en el plato. Y me encanta comer. Oler. Saborear. Los colores. Las texturas.

Si tuviera que describirme, una de las cosas que seguro que no se me olvidaría decir de mí misma es que soy una persona que le gusta hacer cosas y crear con las manos. Trabajar con las manos me relaja y me hace disfrutar, y creo que es una de las razones principales del por qué disfruto cocinando y tomándome tiempo para cocinar. Es ese trabajo manual e intuitivo que puedo desplegar en la cocina sintiéndome libre. Sí, creo que tiene que ver con algo de eso, con que la cocina me hace sentir libre y creativa, cogiendo y notando con las manos lo que voy a cocinar, lavándolo, pelándolo, cortándolo, rompiéndolo, estirándolo. Sintiendo las texturas y utilizando los utensilios de cocina de manera intencional para inspirarme y obtener el resultado que tengo en mente.

Creo que, en lo que a alimentación se refiere, en general estamos muy desinformados, o equivocados. Y hay muchos motivos económicos perversos que nos invitan y empujan a seguir así, a comer sin saber lo que comemos, a comer lo que nos hace daño. Es horrible. Una dimensión más de ese torbellino cotidiano del que a veces hablo y que creo que representa nuestra sociedad. Afortunadamente, cada vez somos más los que cuestionamos nuestra relación con la comida, y que la cuestionamos de una forma sana y generosa. Y digo generosa porque pienso en una relación que no nos limita o restringe, sino que nos ofrece mayores posibilidades y abundancia.

Cocinar para mí también adquiere relevancia en cuanto al hecho de compartir se refiere. Siempre estoy más motivada y encuentro un placer añadido en la cocina cuando sé que voy a compartir lo que he cocinado. Hace ya más de una década, hubo un tiempo en el que vivía sola, y creo que esos fueron los años de mi vida en los que peor me alimenté. Admiro mucho a las personas que, viviendo solas, consiguen llevar una relación sana con la comida, me parecen valientes. Personas que se valoran y que están tratando de conectar con su bienestar de una manera consciente.

En esa época estaba constantemente cansada, muy anémica. Mis reglas eran increíblemente abundantes. Tanto que podía llegar a utilizar siete u ocho támpax súper plus durante la noche, de los naranjas. Eran unas noches muy duras, dormía mal porque dormía pendiente de que se me llenara el tampón y, aunque llevara también compresa de noche, temía manchar la cama. Afortunadamente, hace ya mucho que esto no me pasa. Cuando me levantaba al baño, las piernas me pesaban muchísimo. Es una sensación que yo describo como de piernas cortadas. También me acuerdo de tener problemas de digestión y acidez. Como me sentía débil tenía la impresión de que lo que tenía que hacer era comer más, y no entendía bien lo que significaba calidad en vez de cantidad en aquel momento.

Si compraba fresco, era demasiado y se me echaba a perder porque no tenía congelador para poder cocinar en mayores cantidades y guardar porciones. Entonces empecé a comprar comida en bote, o precocinada, o tiraba mucho de hidratos secos como pasta y arroz, pero no los acompañaba correctamente con otros productos para conseguir un plato equilibrado que realmente beneficiara mi salud. Y en algún momento, todo me parecía tan difícil que de vez en cuando se me ocurría beber sola, pensando que me ayudaría a descansar, o que se me iba a despejar la mente, o que me traería la alegría que me faltaba para afrontar mis circunstancias. Error. La verdad es que estaba harta y no sabía qué hacer.

Ahora creo que beber de manera desmesurada cuando no me encuentro bien tiene que ver con infligirme una especie de autocastigo, con no tener paciencia ni empatía conmigo misma. Con sentirme culpable por creer que no doy la talla o que soy responsable de lo que me está pasando. Desde esta nueva perspectiva, cuando no me siento bien, ahora me pregunto qué haría yo por una amiga que se estuviera sintiendo así, cómo trataría de hacerla sentir mejor. Y cuando encuentro la respuesta, trato de hacer eso conmigo. La mayoría de las veces me funciona, pero no siempre, aunque después de la operación bebo muy poco. Me resulta curioso que, para darme amor en esos momentos, necesite primero proyectar ese amor en alguien de mi entorno que quiero mucho y luego hacer un trasvase de ese amor hacia mí misma.

Creo firmemente que en las escuelas se debería enseñar sobre alimentación, y si fuera posible, hacerlo de una manera práctica y promoviendo una relación íntima con la comida que nos haga entender de verdad que somos lo que comemos, que lo que comemos se convertirá en una parte física de nosotros mismos. En las moléculas que forman nuestro cuerpo y regulan su biología. Esas moléculas que conectan irremediablemente nuestra parte física a nuestra parte espiritual y emocional. Siento que pasamos mucho tiempo empeñados en que la alimentación solo tiene que ver con el cuerpo de la báscula, el que tiene que caber en una talla más pequeña, o más grande. Y nos olvidamos de la biología y las moléculas maravillosas que mantienen activos y equilibrados los mecanismos de la vida.

Cuando yo era pequeña no aprendí sobre alimentación en la escuela. Al menos tuve la suerte de que siempre comía en casa. En esa época tampoco había comedor escolar y al vivir en un sitio pequeño, los horarios de la escuela y el trabajo se sincronizaban para que la mayor parte de la gente comiera en familia a medio día. Me criaron con una mentalidad abierta a nuevos sabores y a comer de todo. Que, si vamos a comer a cualquier sitio, nunca nos preocupe lo que nos vayan a poner en el plato. Creo que inculcarme esa mentalidad es una de las mejores cosas que hicieron mis padres, y algo que he agradecido infinidad de veces en este periplo internacional que es mi vida.

Muy poco a poco, después de aquella época difícil, mi salud fue mejorando. Juanpe y yo empezamos a vivir juntos y era más fácil cuidar el uno del otro que cuidarse a uno mismo. Y el amor que yo no era capaz de darme, me lo daba él. La alimentación ha ido poco a poco convirtiéndose en un elemento central de nuestra vida y llevamos muchos años tratando de entender, de adquirir una manera de comer que nos haga tener vitalidad y claridad mental.

Antes de la operación, yo pensaba que tenía una alimentación sana y equilibrada, comprando únicamente alimentos frescos, o congelados sin procesar, y tratando de comer proteínas, grasas e hidratos de manera proporcionada. Sin embargo, después de leer sobre la relación entre las hormonas y la alimentación, creo que mi manera de comer, a pesar de tener buenos fundamentos, no era la que mejor le correspondía a mi cuerpo, a mi salud, a mi yo mujer. Cuando estuve buscando libros, tenía ganas de encontrar algo que me ayudara a poner algo en práctica, que me guiara en la oportunidad de cambio que me ofrecía la operación.

En particular, hay tres libros que me han hecho entender muchas cosas sobre alimentación y hormonas en los últimos meses:

Lo que más me gustaría resaltar, es que estos son libros cuyo objetivo es empoderarnos como mujeres, y que nos adueñemos de nuestra salud a través del conocimiento y la ciencia, haciendo también conexiones con nuestro estado emocional y la alimentación. Además, nos animan a crear una comunicación productiva con los profesionales sanitarios que nos atienden. A través del autoconocimiento, podemos ayudarles a que nos ayuden. Mi alimentación ha cambiado desde que he leído estos libros y ahora siento que entiendo mucho mejor lo que como y por qué lo como. Me siento más equilibrada y que estoy complementando el efecto de la operación a través de lo que como. Me hace ilusión pensar que este camino de entendimiento no ha hecho sino empezar, y que poco a poco seguiré aprendiendo y añadiendo una capa más profunda de consciencia al disfrute que me trae la cocina y la relación que tengo con la comida.

3 comentarios en “15. Lo que comemos

    • […] Desde que decidí hacer el blog, se lo conté, y se entusiasmó. Ella también ha leído alguno de los libros de los que hablo en este espacio, y cuando comentamos el contenido nos sorprendemos de que, aún […]

    • Gravatar del autor

      Me siento muy identificada con el tema de la bebida como autocastigo. Aún no lo he superado, pero intentaré acordarme de tus palabras la próxima vez y, por supuesto, tengo con libros en mi lista. Gracias por todo esto!

      • Gravatar del autor

        ¡Ay sí, no es nada fácil, Trini! sobre todo lo difícil que nos lo pone a veces nuestro entorno sin saberlo. El alcohol está demasiado normalizado en nuestra cultura, si te sientes bien, bebe, si te sientes mal, bebe, y así alimentamos y estrechamos esa relación. También creo que es algo así como que si no estás en el extremo y eres alguien con un serio problema de adicción, no hay comprensión en el daño que uno se puede estar haciendo. Poco a poco iremos formando parte del cambio. 😉 ¡Mil gracias a ti por leerme y por comentar!

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *