La operación
12. Entre la mañana y la noche

12. Entre la mañana y la noche


Después de la operación (Dos noches y tres días), estuve de baja ocho semanas. Ocho semanas de recuperación continua, de notar la mejoría entre la mañana y la noche, entre la noche y la mañana. Me parecía increíble que la mejora fuera tan clara en tan cortos espacios de tiempo. Era como si la biología me estuviera demostrando en primera persona que ella también estaba a favor del cambio, a favor de esta nueva oportunidad que me ofrecía la operación, a favor de una nueva vida.

Lo que más eché de menos al volver del hospital fue la cama articulada, que me permitía levantarme y acostarme sin hacer fuerza con los músculos del tronco. La cama de casa es una cama normal. Juanpe me ayudaba a acostarme cogiéndome de las manos y aguantando mi peso muerto mientras me dejaba caer poco a poco. Las primeras veces, este sistema nos funcionó muy bien. Luego no sé por qué, pero el cuerpo no me permitía dejarme caer, se contraía, y el dolor era imposible de aguantar, y tuvimos que encontrar otra manera. Juanpe se sentaba detrás de mí, haciéndome de respaldo. Yo me apoyaba en él, y él se iba reclinando hacia atrás como si fuera la cama articulada, hasta que quedábamos los dos acostados, uno encima del otro, y entonces él se salía por un lateral y yo me quedaba, al fin, sobre la cama sin dolor.

Me siento muy agradecida de haber podido estar acompañada durante la baja. Y sobre todo de que Juanpe haya podido dedicarme todo su tiempo durante la primera semana. Pienso en todas las mujeres que, al volver a sus casas, no tienen a nadie que las ayude, o que incluso tienen ellas que cuidar de alguien. Pienso en lo difícil que debe ser el proceso de recuperación en condiciones precarias de apoyo. Soy muy afortunada en este sentido y siento que he tenido y tengo todo lo que necesito.

Los primeros días, a pesar de tomar analgésicos, el dolor estaba muy presente, como una corriente de fondo que aumentaba su intensidad con el mínimo movimiento. Me he dado cuenta de lo esencial que es el tronco para cualquier movimiento que hacemos. Sentarse, levantarse, girarse, caminar, levantar los brazos, coger peso, estar de pie, toser, estornudar. Cualquier cosa. Creo que los peores momentos que pasé fueron riéndome. Por alguna razón, durante toda la baja, si el dolor era la corriente de fondo en un sentido físico, la alegría era el equivalente en un sentido emocional. Estaba muy contenta. La operación había ido bien y sentía que el “reset” hormonal estaba en marcha. Juanpe también estaba contento. Fueron unos días muy bonitos, de mucho cariño, y era muy fácil que nos salieran bromas. Un par o tres de veces me pasó que empecé a reír y no podía parar, y el dolor en toda la zona abdominal era horrible y mientras reía, lloraba. Hasta que me iba calmando poco a poco y todo pasaba, la risa y el llanto.

Cada día podía ponerme de pie un poco más erguida, y podía aguantar de pie un poco más de rato. Dormía boca arriba y utilizaba dos almohadas debajo de las rodillas, simulando una vez más la cama articulada. Al cabo de tres semanas probé con una sola almohada. Solo fue casi al final de las ocho semanas que probé a dormir sin almohadas, completamente estirada de piernas y del abdomen.

Sentir la barriga estirándose era extraño, tenía toda la zona alrededor de la cicatriz adormecida e hinchada, y el dolor seguía siendo eléctrico y profundo, o intenso. Dolor interno con aires de herida abierta y quemazón. Dolor en la piel, del dolor que tira y seca. Creo que antes de la operación nunca me había enfrentado al dolor físico de una manera tan directa y prolongada. Creo que lo supe llevar porque sabía que era temporal, y que pasaría. Y la mayoría del tiempo trataba de observarlo en vez de sufrirlo. Tengo una muy buena amiga que tiene mucho dolor todos los días desde hace casi once años, Gugus. Su dolor no es temporal. Es una amiga que además ha tenido varias operaciones y ha tratado de compartir su experiencia conmigo para darme confort, para ayudarme a no tener miedo, para que no tuviera que atravesar esta parte del viaje desde el desconocimiento. Quizá algún día compartamos parte de su historia en este espacio. Mi amiga tiene mucho coraje y ha tenido que superarse muchas veces.

Uno de los momentos que más me impactó de este periodo de recuperación fue el de destaparme la herida. En el hospital me habían puesto una gasa adhesiva impermeable. Una de las enfermeras me la cambió una vez porque estaba muy manchada de sangre del drenaje, pero yo no vi nada mientras ella hacía el cambio y vine a casa sin haberme visto la herida. Se me olvidó preguntar cuánto tiempo tendría que esperar para poder quitarme la gasa. Así que, al principio me duchaba con ella y la secaba con cuidado.

Al cabo de unos días, y después de estar conectando con la operación desde las sensaciones y emociones, desde dentro, sentí que empezaba a ser el momento de ver la cicatriz, de conectarme con la operación también desde fuera. Llamé al hospital para preguntar y me dijeron que ya me podía destapar la herida cuando yo quisiera, que al haber pasado unos días, la herida ya habría cerrado.

Me quité la gasa a los ocho días de estar en casa, en la ducha, con mucho jabón y mucho cariño. Con mucho cuidado. Destapar la herida y ver los puntos significaba mucho para mí, quién consideraba tener un cuerpo físico bastante intacto. La gasa se despegó fácilmente, aunque notaba que tenía la piel irritada del pegamento a medida que iba tirando de ella con cuidado. Respiraba profundamente y tranquila mientras lo hacía. Disfrutaba del agua caliente y la espuma del jabón. Iba acariciando con la mano la herida que iba quedando descubierta. La barriga inflada no me dejaba verla, pero la sentía suave y muy tensa. También la punta de algún hilo de sutura.

Estaba impresionada y el pensamiento de verme la cicatriz frente al espejo me despertaba curiosidad, alegría y aprehensión al mismo tiempo. En unos minutos llegaría el momento.

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