Sanando
7. Sed de conocimiento

7. Sed de conocimiento


Llevo mucho tiempo tratando de calmar una sed que me hace sentir desierta. Es sed de conocimiento. Conocimiento para conocerme y entender cómo funciona mi cuerpo. Llevo mucho tiempo en busca de respuestas y equilibrio. Y no es hasta hace muy poco que creo estar encontrando las respuestas que necesito para crear un oasis de mí misma.

Respuestas… una cosa que he aprendido trabajando en investigación es la importancia de una pregunta bien formulada. De cómo uno hace la pregunta dependerá la respuesta. Según el punto de partida, formular la pregunta puede ser una tarea compleja, incluso confusa si a uno le falta información. A veces me pregunto si la vida es eso; un proceso iterativo de hacer preguntas y buscar respuestas. O de encontrar respuestas y darte cuenta de que tenías preguntas, o inquietudes, o sed.

En esa búsqueda de respuestas, he ido encontrando recursos que me han ayudado poco a poco, como las piezas de un puzle, a crear una visión más completa e integrada de cómo funciono, de cómo soy. Tengo la impresión de que la idea de autoconocimiento, de aprender cómo funciona y es cada uno, se aplica sobre todo a nuestra psicología, al carácter y las emociones, a la mente, pero no tanto al entendimiento de nuestra parte física. Es como si hubiésemos dejado esa tarea exclusivamente a los médicos. Y creo que por eso vivimos mayoritariamente desentendidos de nuestros cuerpos. No los escuchamos. Los dejamos sufrir más de la cuenta y sólo acudimos al rescate cuando nos encontramos en un estado avanzado de sufrimiento. También creo que yo, y muchas otras mujeres, en cuanto al padecimientos de nuestras partes íntimas se refiere, nos dejamos sufrir más de la cuenta por prejuicios sociales y culturales, por tabúes, falsos mitos y desinformación. Por miedo. Miedo a ese rechazo del que ya he hablado (El rechazo).

Me acuerdo de que, cuando fui una de las primeras veces al ginecólogo con mi madre, o quizá la primera, no tengo buena memoria para estas cosas, pero tendría unos 16 años, me hicieron una ecografía como parte de la visita y el médico nos dijo que tenía ovarios poliquísticos. Me acuerdo de que mi madre le preguntó que si eso implicaba algún problema de fertilidad y el médico le dijo que no, que ahora ya no, que no nos preocupáramos. Yo no pregunté nada ni hice ningún comentario, pero retuve aquella información como si fuera algo de valor. En aquella época no había internet para buscar y encontrar respuestas. La información estaba simplemente ausente de mi espacio vital.

Siempre he tenido reglas irregulares y jamás he tenido un ciclo de 28 días. Tuve un novio que se agobiaba muchísimo cada vez que me tardaba en venir la regla, aunque usáramos condón. Del agobio que le entraba se ponía de mal humor y me echaba la culpa, como si fuera algo que yo pudiera controlar. Yo no me sentía mal, pero me sentía rara. No conocía a nadie más con un ciclo irregular o que durara más de cuatro semanas, pero tampoco hablaba con nadie de eso.

En algún momento, más adelante, cuando internet ya estaba más presente en nuestras vidas y la información empezaba a estar al alcance de la mano, leí que había una cosa que se llamaba síndrome de ovario poliquístico (SOP) y que la mayoría de las mujeres que lo sufrían, tenían tendencia a ganar peso. Como a mí eso no me pasaba, yo interpreté que no lo tenía, aunque mis reglas fueran irregulares y el ginecólogo me hubiera dicho que mis ovarios eran poliquísticos.

Más adelante volví a buscar información, porque seguía sintiéndome rara. A nadie le pasaba lo que a mí. Pero yo no hablaba con nadie de eso. Encontré que las mujeres con SOP, además de tener tendencia a engordar, que yo no tenía, solían tener pelo en zonas del cuerpo típicamente masculinas. Por aquel entonces a mí me habían empezado salir algunos pelos en la barbilla y alrededor de los pezones. Pero como no tenía tendencia a engordar, yo misma me negué que tuviera SOP.

Mi experiencia con los ginecólogos no había sido muy positiva y prefería buscar yo misma la información que acudir a ellos con mis preguntas en busca de ayuda. Una de las veces que volví al ginecólogo que me hizo la ecografía, me preguntó que si mis reglas ya eran regulares y cuando le dije que no, me ofreció tomar pastillas anticonceptivas, que las pastillas me regularían la regla. En el entorno dónde me crie, el uso de pastillas anticonceptivas estaba normalizado y se consideraban incluso como algo bueno, así que empecé a tomar pastillas. De todo esto hace ahora más de quince años.

Fue un error.  Las pastillas me generaron descontrol en muchos sentidos; empecé a sangrar más y a tener unas infecciones recurrentes por levaduras horribles. Además, si lo pienso ahora creo que no se me informó correctamente de lo qué eran, cómo funcionaban y sus consecuencias. Todo esto lo sé gracias a esos recursos que he ido encontrando y que me han empoderado porque he podido observarme, entender, y ayudarme a mejorar. Ahora sé que sí que tengo SOP, que hay cuatro tipos, que los ciclos de hasta 35 días también son señal de buena salud, que las pastillas no contienen hormonas porque las moléculas sintéticas que contienen no lo son, pues no son como las hormonas naturales que nosotras producimos. Y lo peor, que interfieren sobremanera con nuestra salud física y con nuestra salud mental. Y cuando uno pierde la mente, se puede volver vulnerable hasta el extremo.

La pastilla no es la respuesta milagro para todo, y me entra sentimiento de rabia e injusticia cuando veo que muchos médicos siguen adoptando este paradigma. Entiendo que puede que haya situaciones concretas en las que alguien se beneficie de tomarlas, pero no puede ser la solución para cualquier problema. Si supiéramos más de nuestros cuerpos podríamos alzar la voz y decir NO, teniendo confianza en nosotras mismas y en la decisión que estamos tomando, una decisión informada en vez de a ciegas.

Creo que la respuesta milagro está a menudo en una perspectiva que defiende la capacidad de los propios mecanismos de la vida para autoregularse, y en ayudar a nuestros cuerpos a recuperar esa capacidad. Por supuesto, hay ocasiones en las que los propios mecanismos del cuerpo ya no son suficientes para recobrar el equilibrio y entonces necesitamos actuar de una manera más agresiva en favor de una mejora. En estos casos, es cuando no nos hemos escuchado, cuando nos hemos dejado sufrir durante demasiado tiempo. A mí, esto es lo que me ha pasado con los fibromas. Me he dejado sufrir demasiado tiempo, sin escucharme, y sin tener la información necesaria para poder ayudarme, hasta que una operación ha sido necesaria (El preoperatorio).

Creo que para que un libro u otro tipo de recursos te empodere, no sólo te tiene que dar información sino también herramientas o un tipo de conocimiento que se pueda llevar a la práctica y dé pie a comenzar un cambio. Información sin acción no da resultado.

Me gustaría usar este espacio para hacer un reclamo y pedir a esos que cuidan de nosotras y divulgan herramientas de ayuda para empoderarnos, para calmar la sed, que compartan el foco de atención del autoconocimiento y que también nos hablen del cuerpo. Siento que, como individuo, como mujer, ha llegado mi momento de tomar la iniciativa y empezar a responsabilizarme de mi cuerpo de una manera más proactiva y consciente. Ha llegado el momento de no volver a dejarme sufrir, de escucharme y de empezar a entenderme.

Siento que, muchas veces, la vida nos engulle en un torbellino cotidiano y rutinario que no nos deja ocuparnos de nosotros mismos, que nos agota. Un torbellino que alimentamos como sociedad y que crece incesantemente para convertirse en huracán. Pienso que ojalá todos pudiéramos dejar de girar, aunque sólo fuera por un instante, para encontrar esa calma que trae claridad, y así recobrar las energías para volver al movimiento de una manera más consciente, más bella, más alegre. Este viaje de reconexión con mi yo mujer forma parte de un viaje más grande, un viaje para salir de ese torbellino y huir del huracán.

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