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6. Un cerrar y abrir de ojos

6. Un cerrar y abrir de ojos


Salí con la enfermera del cubículo y pasamos por varios pasillos antes de llegar al quirófano. De color gris y blanco, me recordaron a la sensación distante de un muro de hormigón pulido. Por un instante me pareció estar viviendo una película. A veces tengo la impresión de estar en una situación que me es extraña y nueva, pero a la vez familiar, porque ya la he visto en una historia de la tele. El rato de salir del cubículo hasta entrar en el quirófano fue algo así. Irreal y familiar. Y hasta me pregunté si todo esto estaba realmente pasándome. A veces, cuando me pasan cosas increíbles entro en un estado mental de creer estar viendo la vida de otra yo, que soy yo, pero que no soy yo, como si me desdoblara y pudiera observarme, y la historia pudiera pasar en escenas. En aquel momento, era como si me viera a punto de entrar en la sala de operaciones, y la siguiente imagen sería la de ponerme a dormir con el gas de la mascarilla de oxígeno contando hacia atrás. De repente sentí que hacía frío.

Llegamos, y al abrir las puertas del quirófano, volví de mis pensamientos desdoblados de cine. Era una habitación con las paredes blancas, mucha luz y que parecía muy estéril. Al recordarlo mientras escribo me pregunto cómo me hubiera sentido si el quirófano hubiera sido diferente, con las paredes pintadas de rosado o azul cielo, o con un mural de flores. ¿Y si hubiera tenido una claraboya de luz natural? A lo mejor en algún lugar del mundo existe un quirófano así, que te sorprende y te hace sonreír al entrar. En las paredes laterales, perpendiculares a la pared de la entrada, había poyatas de laboratorio con varios instrumentos y utensilios, papel de servilleta, documentos, un fregadero. Como trabajo en un laboratorio, de paredes blancas, con instrumentos, y poyatas, y fregaderos, todo aquello me resultaba muy familiar. Esta vez, al menos, no era sólo por el cine o la tele, sino que era una conexión tangible con mi propia realidad.

En la habitación me estaban esperando la anestesista y otra enfermera. Al fondo había otras dos puertas que daban a la sala de operaciones. Me extrañó no ver a la cirujana. Cada una de esas puertas tenía una ventana de vidrio transparente. Entendí que la cirujana y el médico especialista en fibromas estaban ya allí dentro, esperándome. Intenté mirar por las ventanas, pero desde dónde yo me encontraba no alcancé a ver nada al otro lado. Me pregunté si estarían nerviosos. Me pregunté si yo estaba nerviosa. Y me respondí que no. “Estoy tranquila” pensé, “todo va a ir bien”, y respiré profundamente una vez más, mientras repetía mentalmente el mantra de las últimas semanas.

Cuando tuve la operación ambulatoria de 2017 (El clic), que fue sólo con anestesia local en el cérvix, me acuerdo de que, al terminar, el médico estaba empapado en sudor, y con cara de agotamiento y alivio. Aquella vez fue todo tan distinto. Juanpe estuvo allí conmigo todo el tiempo y la operación duró poco más de media hora solamente. En aquel entonces me gustó la idea de estar despierta y ser consciente de lo que pasaba, ser consciente de que el médico me estuviera metiendo un histeroscopio a través de la vagina y el cérvix, llegando al útero y rompiendo los fibromas. Había una pantalla dónde se podía ver la imagen de la cámara del histeroscopio a lo largo de todo el procedimiento. Yo no miré la pantalla ni una sola vez. Trataba de respirar tranquila y relajar los músculos pélvicos cuando me daba cuenta de que estaba tensa. Me acuerdo de que, en aquella ocasión, antes de que la operación diera comienzo, me sentí agobiada por las enfermeras. No paraban de preguntarme si estaba bien, y no me dejaban concentrarme en estar tranquila y sentirme bajo control. Llegó un momento que les pedí que me dejaran de preguntar y les dije que si me sentía mal las avisaría, pero que así me lo estaban poniendo más difícil. Pensándolo ahora con perspectiva, estoy segura de que estaban llenas de buenas intenciones y de que seguramente habrían vivido situaciones complicadas con otras pacientes que no hubieran podido soportar la situación de verse allí durante todo el procedimiento. Como dice mi padre a veces, no es fácil, no.

Esta vez, sin embargo, me gustaba la idea de que fuera un cerrar y abrir de ojos sin enterarme de nada. Llevaba un mes preparándome para ese momento. Para que mi cuerpo y mi mente estuvieran lo más sanos y relajados posible. Cada día cuando respiraba por las mañanas le pedía a mi cuerpo que se preparara para recibir la operación, para ser abierto y separado de otra parte de sí mismo que llevaba mucho tiempo ahí, ocupando un espacio no correspondido. Quería que mi cuerpo lo hiciera fácil para poder curar bien.

Las enfermeras me pidieron que me sacara mi bata. También me quité las gafas y una de las enfermeras las puso en uno de los bolsillos de la bata. Entonces, quedándome solo con la ropa de hospital que me dieron en el cubículo, me acosté en una camilla. Una de las enfermeras entró en la sala de operaciones a ver si ya estaba todo listo. En ese momento tampoco logré ver la sala de operaciones. Me pusieron la vía en la mano izquierda. Me sorprendió el calibre del tubo de la vía y de cómo era posible instalarlo en el interior de la vena. La anestesista se acercó. Comprobamos por última vez los datos del consentimiento de la operación. – ¿Estás lista? ¿Todo bien? – me dijo. Le dije que sí, respiré profundo y entonces una de las enfermeras me puso la mascarilla de oxígeno mientras la anestesista iba a buscar una jeringuilla. – Solo va a ser un pinchazo. Respira. – Dijo. La vi presionar el émbolo de la jeringuilla para inyectar la anestesia en la vía, y de lo último que me acuerdo es de sentir una sensación de quemazón en la mano. No tuve que contar hacia atrás.

El momento en aquella habitación pasó rapidísimo, y tuve la sensación de estar tranquila y muy atenta a lo que estaba pasando, quería recordarlo.

Lo siguiente que recuerdo es la voz de una mujer, la enfermera en la sala de recuperación, diciendo mi nombre. – Adelina, Adelina, ¿estás bien? Todo ha ido bien. Ya estás en la sala de recuperación. – La operación había durado unas cuatro horas. Me desperté y me sentí dolorida y mareada. Me costaba moverme y lo que quería era volver a dormirme. Aún tenía la mascarilla del oxígeno puesta. La enfermera me dio una toalla caliente para que la pusiera sobre la barriga, y en ese momento me sentí más concretamente la herida por primera vez. Ya no llevaba las bragas de gasa elástica puestas. El calor aliviaba el dolor que sentía en todo el abdomen. Era una mezcla de dolores, por dentro, por fuera, dolores radiantes y punzantes. También eléctricos y calientes. Mientras yo me iba despertando, ella no paraba de hablarme. Me contaba que estaba preparando la morfina, y me iba preguntando cómo estaba yo. Me cambió la toalla caliente un par de veces. Me cayó muy bien, y me hizo sentir mucho cariño y ganas de crear un lazo. Con mucha dificultad y poca energía le pregunté su nombre y le pregunté que cómo eran sus reglas. Le dije que iba a escribir un blog de todo esto que me estaba pasando a raíz de la operación. Le pedí un papel y un boli y le escribí la dirección de la página web. No sé cómo fui capaz de sacar energías para eso. También le escribí el título de dos de los libros que estoy leyendo para entender mejor mi cuerpo y su bioquímica. Si tú que me estás leyendo eres esa enfermera, quiero darte las gracias por aquel momento, por tu cariño y profesionalidad, por la sonrisa de tu voz al despertar y por dejarme conectar contigo.

La cirujana vino a verme estando allí, y me dijo que ya había llamado a Juanpe. Me dijo que la operación había ido bien, que habían tenido que hacer tres cortes y que habían quitado los miomas grandes de la pared, y los de dentro del útero también, que mañana vendría a verme.

Después de un tiempo que no sabría determinar, la enfermera me explicó que la morfina me la podía administrar yo misma según la necesitara apretando el botón de un mando. Además, me dijo que el sistema tiene un mecanismo que hace que no haya riesgo de sobredosis, que no me preocupara, que la usara tanto como necesitara si me dolía. Y a continuación me llevaron a planta.

Ya estaba. Había pasado. Lo peor, y a la vez lo mejor, ya había pasado.

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